“¡Tú eres la causa de mi desgracia, desventurada criatura, pero ya verás, toda tu soñada felicidad será destruida por el espíritu vengador, cuando yo muera. En medio de las convulsiones que me costó tu nacimiento, la astucia de Satanás...”, y aquí se detuvo Aurelia, se apoyó en el pecho del conde y le suplicó que le permitiese callar lo que la baronesa había proferido en su furor demencial.