Catalina Aguilar Mastretta

No me acuerdo en qué tiempo, pero en uno pasado, era el amor de mi vida, el viejo de mi vejez, el papá de los hijos que no tengo. Era el agua de mi propio aliento y la memoria que tiene mi piel

Pequeñas
grandes erosiones que terminan por desaparecer el pedazo de tierra en que
habían clavado su bandera y declarado su espacio.

Me molesta este hombre cuando lo reconozco. Hace rato que lo vi, me gustó. Es mi influencia sobre él lo que no me gusta. No me gusta la versión de él que aparece cuando yo aparezco.

Me parecía una mediocridad de su parte ser un mal papá y una mala pareja por algo así. Tan simple.

Pero nací donde nací, y aquí la cosa es buscar a los hombres sólo para cubrir necesidades físicas y emocionales, mantenerlos tan lejos de una dependencia monetaria como sea posible, para que así uno pueda echarlos en cualquier momento. Claro que —en este momento— esa teoría me está fallando.

Qué maravilla ser niño y hacer lo que a uno le dictan los sentidos sin preocuparse de parecer loco

Pero no es Raquel. Después de Raquel tuvimos uno de los periodos más bonitos, nos quisimos más que nunca porque temimos perdernos. No nos perdimos por eso. No. No es Raquel.

Crecimos distinto: juntos y separados.

Cinco días después, Emiliano se va. No porque nos queden cerca las cosas malas, sino porque las buenas empiezan a quedarnos lejos.

Mi familia consistía en dos personas y media. Mi mamá no tenía hermanos así que yo no tenía primos; por mi papá, que era la media persona, sólo venían mis tías raras, que no eran nadie. Pero en una cosa éramos idénticos: podíamos entrelazar conversaciones hasta morir.