Karla Zárate

muerte es la materia de la vida, el sabor picante de la salsa de los tacos, la risa de la pelona, la burla a los soberbios y pomposos, la trompetilla al final del homo sapiens.

Dejé de tenerle miedo al Cristo sangrante con la corona de espinas hiriéndole la frente, las costillas asomándose por un costado entre la carne abierta o a los santos con la boca y los ojos suplicantes que miran hacia el cielo en busca de perdón.

Sentía por dentro arañazos, mordidas y chingadazos, cómo yo jugaba con sus órganos, tocándolos, pellizcándolos. Se sacudía sobre su cama, húmeda no sólo por las goteras sino por la fuente que ya se había roto y la sanguaza que brotaba de su vagina.

Cocinero, en palabras menos excéntricas, es quien guisa y condimenta por oficio y profesión, y en eso me convertí.

Hoy que pienso en su olor a ropa recién lavada y leche tibia quisiera encontrar los ingredientes para poder hacer de esa combinación algo comestible, una salsa quizás. Sería como comerme un recuerdo.