Hoja de Lata Editorial

  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    jack Bates, que tenía fama de bribón
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    Me gustaría… ojalá supiéramos qué clase de mujer es.
    —Eso puedo decírtelo yo —comentó Chip con cinismo—. Solo hay dos tipos a elegir. Están las dulces criaturas que se desmayan al ver un revólver y chillan y se agarran a tu brazo si ven a una inofensiva serpiente de jarretera, las mismas que se ruborizan si, por un casual, las miras a los ojos de repente y lloran si no te quitas el sombrero cada vez que las ves a una milla de distancia
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    Bueno, pues entonces es de la otra clase, ¡que el Señor se apiade de La U Alada! Se comprará unas espuelas e intentará echar el lazo, separar a las reses y ayudar a marcar. Igual lleva falda-pantalón, cabalga sobre una silla de hombre y fuma cigarrillos. Intentará ser mejor que los hombres en todo y acabará poniéndose en ridículo. Cualquiera de las dos opciones es mala
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    La señorita Whitmore no era una joven estúpida; la total indiferencia de Chip le reveló todo cuanto necesitaba saber
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    Le han pasado una cuerda alrededor del cuello a ese hombre —susurró en un medio murmullo horrorizado—. ¿Van a colgarlo?
    —Eso parece desde aquí —respondió Chip, avergonzado para sus adentros. De repente le pareció que era perverso y de cobardes asustar a una dama que había viajado desde tan lejos entre desconocidos y que tenía ese gesto cansado en la boca. No era justo; ellos jugaban con ventaja. Si no fuera por la promesa que había hecho a los chicos, le habría dicho la verdad en ese mismo instante.
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    El cautivo cabalgaba dando bandazos, con la cabeza gacha, aterrorizando a Banjo con su comportamiento. Lo que había empezado como una macabra broma ahora ya no lo era
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    No le he preguntado la edad —respondió Chip. Su rostro se iluminó con una breve sonrisa—. En cuanto a su aspecto, no es bizca, ni cuatro ojos. Eso es todo lo que sabría decir de ella.
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    Llevaba en el rancho de La U Alada toda una semana y empezaba a sentir que sus recursos para divertirse, aparte del contingente masculino, que incluía algún elemento prometedor, estaban casi agotados
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    El alma de la señorita Whitmore ardió con resentimiento. A ninguna mujer, ni siquiera a los veintitrés años, le gustaba que la llamaran «solterona», sobre todo, si lo hacía un joven perspicaz de barbilla cuadrada y labios de curva pronunciada
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    Y quién iba a saber que podría dibujar así y captar hasta los más mínimos detalles sin siquiera dirigirle una verdadera mirada? Por supuesto que ella había sabido que tenía el sombrero torcido con ese viento casi capaz de arrancarle la cabeza a una, pero eso no era asunto de él: «¡Las credenciales de la solterona!». Solterona. ¡Solterona
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