Margaret tenía la gran desgracia de ser insoportablemente fea.
No era el tipo de fealdad de la oruga que espera convertirse en una hermosa mariposa, sino la fealdad que provocaba un sentimiento de desesperanza en los que la rodeaban. Tenía un mentón afilado; ojos demasiado juntos, eclipsados por una frente que sobresalía, y hombros fornidos y poco elegantes, que se destacaban aún más por vestimentas poco agraciadas. Si no fuera por los vestidos que usaba, Margaret podría confundirse con un muchacho.
Y uno poco atractivo.