Carlos Pereda

En cambio, si se le atribuye el predicado «prerreflexivo», se describe esa actitud como no producto de la reflexión de ese agente, a la vez que se concede que, por ejemplo, a partir de cierta maduración y frente a experiencias de fracasos o cuestionamientos, el agente de tal actitud tiene la posibilidad de reflexionar (y a menudo siente la necesidad de reflexionar).

De esta manera, a partir del principio de desconfianza sistemática se tiende a abrazar una actitud de hiperreflexividad que gira sobre sí misma. O, permítaseme el oxímoron: de reflexión ciega, por ejemplo, por no tomar en cuenta datos prerreflexivos como la confianza general en el mundo y sus objetos; así, se sucumbe a vértigos argumentales. En su polo opuesto, a partir de las actitudes de obstinación, frente a las rupturas de la confianza prerreflexiva aparecen consecuencias análogas: aferrarse a actitudes irreflexivas que cuando se intenta razonar o, mejor, racionalizar, también sucumben a vértigos argumentales.

De ahí los riesgos de asumir un punto de vista, y más todavía, una teoría: la atención fija hace desaparecer los otros puntos de vista. Sin embargo, no hay opción. O se corren esos riesgos o se anda por completo sin rumbo, reaccionando a la deriva, sin la menor capacidad tanto de aprender —de la experiencia, de las teorías... —como de planear.