La hora de su transfiguración estaba próxima. Iba a nacer por segunda vez, lo iban a extraer de la vagina palpitante de una gran bestia de color arenoso que en ese mismo momento yacía convulsionada por las contracciones, moviendo las piernas a medida que brotaba la sangre del parto; con los ojos incandescentes fulminando el vacío.