Por supuesto, hacíamos nuestras camas. Y las mujeres gozan de tanta libertad, papá. Trabajan, quiero decir que tienen empleos respetables en oficinas. Y las amas de casa salen, asisten a reuniones, toman clases, van a conferencias —Antonieta se detuvo—. Me he comprado una máquina de escribir.
Antonio la dejaba hablar.
—¿Por qué son las mujeres mexicanas tan sumisas? —preguntó finalmente.
—¿Quién las ha alentado o las alienta a pensar con independencia?
—¡Tú me alentaste a mí!
—Yo soy la excepción