Andrés Caicedo

«para mí que hueles a droga cara —me dijo—, debes saber amarga toda» y yo me le pegué más, mi bomba rica, ahí namás, alma doliente vagando a solas en playa sola, así soy yo, «a mar es a lo que huelo», le susurré en cada oreja como si fuesen conchas, y él se quedó tan callado, aspirándome, le hubiera provocado tenderse boca arriba en las olas de mis aguas

Yo no iba a desgastar la rumba sino a llenarla de coronas, reinados de frescura, y mi carne resplandecería de arreboles nocturnos, y mi pelo era la maleza encantadora, la mata que destella, confunde, aturde y produce somnolencia, si no se cuidan.

¡Pero si no tengo pasado! ¡Mi pasado es lo que haré este día!

No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo.

«¿Cómo no lo había conocido antes?», le pregunté, y él contestó con la humildad del que dice la verdad: «porque eras una burguesita de lo más chinche».

«mi cara permanecerá fresca» y miré delante de mí, calculando las cuadras que faltaban para llegar a Oasis.

Mariángela me pidió que la acompañara por vino a la cocina, y allá lo que hizo fue mirarme de frente y tan duro y tan fijo y era realmente tan bella, de pelo como el mío y con esa cara de saber a la perfección lo que estaba haciendo, que yo le permití que desabotonara mi vestido y almohadillara ambas manos sobre mis senos; entonces fue cuando aseguró: «los hombres son unos tontos. Tú puedes manejar mejor que ellos ese pipí que te meten con tanto misterio».

«Sí. Se llama Milla de luz de luna».

«¿Milla?».

«Sí. Traducción literal, escogiste una bien difícil».

«Tú puedes. ¿Intérpretes?».

«Rolling Stones».

Uno es una trayectoria que erra tratando de recoger las migajas de lo que un día fueron nuestras fuerzas, dejadas por allí de la manera más vil, quién sabe en dónde

La música es la labor de un espíritu generoso que (con esfuerzo o no) reúne nuestras fuerzas primitivas y nos las ofrece, no para que las recobremos: para dejarnos constancia de que allí todavía andan, las pobrecitas