Editorial Periférica

Mi universo mental está formado de señales y de gestos: aprender y olvidar a la vez

Nada ocurre por primera vez, todo es una terrible repetición. Así pues, vivo, miro y anoto. Mi apellido suena a excusa.

A mi alrededor, el mundo sigue aletargado por culpa de los dos grandes narcóticos europeos: el alcohol y el cristianismo.

Lo que yo me merecía era esto: que me azotaran en el culo, que me comieran el coño, que me chuparan los pezones (erectos, erectos), que me dijeran: córrete para mí.

Bailar es el ritmo más feliz de la vida; bailar cuando pensabas que no lo harías es una victoria conquistada

Como ya te he dicho, no tiene sentido jugarse toda una vida de felicidad por un instante de celos y rencor.

Me voy a vivir mi aventura. Me he dado cuenta de que tú has tenido toda clase de aventuras mientras yo me he quedado en casa horneando el pan.

La poca voluntad que le quedaba se la regaló a una calle vacía

te limitas a decir que no hay escapatoria, que, desde el momento en que nacemos, llevamos el destino grabado en los genes y que las decisiones que tomamos no son más que espejismos, fantasmas que intentan convencernos de nuestro libre albedrío.

Mi problema es sencillo: soy un refugiado ambicioso. Imperdonable. Las cosas perdonables en un inmigrante son la pobreza, el analfabetismo, la poligamia, las caries, la corpulencia, los pelos de la nariz que sobresalen de las fosas nasales, etcétera. Pero ser un inmigrante con aspiraciones es saltarse la norma. Y más aún con una aspiración tan francesa: escribir libros