Francisco Torres Oliver

  • Brenhas quotedlast year
    una inconsolable tristeza de pensamiento que ningún acicate de la imaginación era capaz de impulsar hacia nada sublime
  • Alexa Hernándezhas quotedlast year
    bajas en el cielo, había viajado
  • camikatzyhas quoted2 years ago
    –Bueno, pues apenas había terminado la primera estrofa –dijo el Sombrerero–, cuando chilló la Reina: «¡Está matando el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!».
    –¡Qué crueldad! –exclamó Alicia.
    –Y desde entonces –prosiguió el Sombrerero con tristeza–, ¡no quiere hacer lo que le pido! Ahora siempre son las seis.
    A Alicia le vino a la cabeza una idea luminosa.
    –¿Es ésa la razón por la que ponen tantos servicios de té en la mesa? –preguntó.
    –Sí, ésa es –dijo el Sombrerero con un suspiro–: siempre es la hora del té, y no nos da tiempo a fregar las tazas entre medias.
    –Entonces tienen que ir cambiando de sitio, ¿no? –dijo Alicia.
    –Exactamente –dijo el Sombrerero–: a medida que las vamos ensuciando.
  • samyoca12has quoted2 years ago
    un cuento a un aliento demasiado débil para agitar la más leve pluma.
  • dominiquemiau1has quoted2 months ago
    Alicia abrió la puerta y vio que comunicaba con un pasadizo diminuto, no mucho más amplio que una ratonera; se arrodilló, miró por este pasadizo y descubrió el jardín más hermoso que hayáis visto jamás. ¡Cómo deseó salir de la oscura sala y deambular por entre aquellos arriates de flores brillantes y aquellas frescas fuentes!
  • Miguel Ángel Vidaurrehas quotedlast year
    Siempre vivía en el centro del círculo —su propio círculo— y la excentricidad era para él una cosa absolutamente aborrecible. La convención lo regía en cuerpo, mente y alma. Conocer un pensamiento desordenado o una emoción inusitada lo perturbaba tanto como ver un cuadro chueco en la pared o el cuello de la camisa de un hombre saliendo del abrigo. La excentricidad era síntoma de una enfermedad.
  • Miguel Ángel Vidaurrehas quotedlast year
    Quizá no se hubiera detenido más que estos pocos segundos, sin embargo, de no haber sido porque la multitud lo tuvo por un momento prisionero en un punto exactamente enfrente de la tienda, donde su cabeza, además, quedaba exactamente a la misma altura que la jaula colgada. Así, se vio necesa­riamente obligado a esperar y observar y escuchar; y, mientras lo hacía, el canto arrobado y suplicante del pájaro afectó l
  • Brenhas quotedlast year
    la sensibilidad de los vegetales
  • Dianela Villicaña Denahas quoted2 years ago
    Era una frialdad, un abatimiento, una congoja…, una inconsolable tristeza de pensamiento que ningún acicate de la imaginación era capaz de impulsar hacia nada sublime
  • Dianela Villicaña Denahas quoted2 years ago
    No cabe duda de que el darme cuenta del rápido aumento de mi superstición —¿por qué no llamarla así?— no hizo sino acrecentarla. Tal es, hace mucho que lo sé, la ley paradójica de los sentimientos que se fundan en el terror. Y quizá fue únicamente esta razón, al levantar la vista de la imagen reflejada en el agua a la casa, la que hizo concebir a mi cerebro una fantasía
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