Kae Tempest

Para prestarle toda tu atención a alguien a quien quieres.

En resumen: me resulta útil cualquier cosa que pueda recordarme en todo momento que hay otras personas existiendo y que sienten su existencia de forma tan plena como siento yo la mía. La música y la literatura me llevan directamente a la experiencia de otres y directamente fuera de la mía.

Kabir dice: «El amor no se hace realidad con palabras». Si me voy a comprometer, tengo que hacerlo con mis actos, no sólo con el pensamiento. La práctica diaria de conexión intencionada con la historia de otra persona me puede ofrecer a mí, lectore atente, un vivo ejemplo de cómo acercarse a un intercambio sin ser explotadore, violente o egoísta.

egoísta. Pero no puedo cultivar este hábito sólo leyendo. En algún momento necesito sacar al mundo lo que he estado practicando y comenzar a aplicarlo en mis encuentros. Kabir también dice en el mismo poema: «El amor del que hablo no está en los libros. / Quien lo ha querido lo tiene»

Si realmente deseo una experiencia más relevante, la encontraré. Ya está ahí. La próxima vez que vaya a emitir un juicio severo sobre une desconocide

que me ofenda, ¿me podré permitir, en lugar de eso, verle como el ser humano defectuoso y complejo que es, alguien sumido en la angustia, en la pérdida, en la ambición y la decepción, recorriendo una y otra vez el camino volátil de sus fracasos? ¿Y la próxima vez que esté a punto de juzgar con dureza a la persona que más quiero y con quien más confianza tengo por herir de una forma u otra mis sentimientos? ¿Puedo hacer lo mismo por elles? ¿Verles como les protagonistas de su propia historia, en lugar de como un accesorio de la mía?

y abusando de las drogas y el alcohol para lidiar con un cerebro difícil

Cuando la vida consiste en perseguir un estatus, y el estatus se mide por la riqueza, clasificamos los resultados de nuestra existencia según las posesiones que acumulamos o las metas que podamos tachar de nuestra lista de deseos. Es una mitología tóxica e, incluso aunque sintamos que no la suscribimos, es necesario que analicemos bien nuestras intenciones para detectar qué efectos ha tenido en nuestros impul­sos más profundos. ¿Por qué estamos en el escenario? ¿Por qué seguimos nues

nuestros intereses? ¿Por qué vamos al gimnasio o al bar o a casas de apuestas? ¿Por qué queremos a las parejas que queremos? ¿Cómo podemos decirnos dos verdades simultáneamente? ¿Por qué realizamos nuestras fantasías en secreto? ¿Por qué estamos desesperades por tener ropa nueva o joyas caras o un cuerpo diferente? ¿Por qué ahorramos dinero para la entrada de una casa, una BMX o un BMW o un tatuaje en la cara? ¿Por qué esto nos parece aceptable? Sabemos, racionalmente, que el valor de una persona no equivale a su habilidad para ganar en este juego imaginario en el que nos ha tocado participar. Pero cuando una persona no es experta en él, no está a la altura. Pasa a convertirse en perdedore, relegade al último peldaño de una escalera que no cuelga de ninguna parte. Y su descenso a un nivel inferior permite a quienes están en el siguiente peldaño tener un mejor soporte mientras suben. A medida que subimos empezamos a pensar que nos hemos ganado nuestra ventaja. Aceptamos que, en cualquier juego, algunas personas tienen que perder, olvidando convenientemente que la vida nos empuja a todes con la misma ferocidad y que el juego está amañado.

e por destruirme?
En mis personajes, éste es el impulso de la de- ses­peración. Las profundidades desconocidas son las que conducen a la gente a los actos de insensibilidad. Por eso la gente puede propagar la violencia en nombre del beneficio. Por eso las personas se comprometen a llevar