realidad sólo tenía permiso para leer media hora, hasta las diez, pero solía hacerlo hasta que llegaba mi madre, alrededor de las diez y media. Eso hice también esa noche. Al oír el escarabajo subir la cuesta desde la carretera principal dejé el libro en el suelo, apagué la luz y me quedé escuchando en la oscuridad sus pasos por la gravilla, la puerta de la entrada que se abría, cómo se quitaba el abrigo, sus pasos subiendo la escalera... La casa parecía otra cuando estaba ella, y lo curioso era que yo era capaz de sentirlo; si por ejemplo me había dormido antes de que ella volviera a casa, y me despertaba en el transcurso de la noche, algo en el ambiente había cambiado, sin que pudiera precisar exactamente lo que era, sólo que resultaba tranquilizador. Lo mismo pasaba cuando llegaba antes de lo esperado y yo estaba fuera: en el instante de entrar en casa, sabía que ella estaba allí.
Claro que hubiese