Tuve varias fiestas de despedida. Millones de cartas rogándome regresar cuando pudiera. Una lista interminable de correos electrónicos a los que prometí responder cuanto antes. Dios, todo era tan gris, o por lo menos así lo sentía. Aunque debo admitir que, una vez tomada la decisión, no me dediqué a
quejarme, lo asumí e intenté poner buena cara… Aún así, cuando mi madre no me veía, lloraba en compañía de los chicos hasta que casi quedaba deshidratada. Me dolía mucho dejarlos, me dolía mucho todo.