Así, pacientemente, en los huevos, en el culo, en la pija, en los ojos, en la lengua, en las orejas, picó, ¿a cientos?, ¿a miles?, ¿a cientos de miles? Arrebatada de furor y de saña, había perdido la cuenta. La venganza, cuando arde como fuego, es incalculable, se dijo, ¿o tal vez calculable pero incontable?, se preguntó, con inesperada agudeza filosófica, mientras los corredores, abstraídos en la fiebre del brindis, aún no registraban las, al principio, imperceptibles picaduras