Los secretos son raros.
Los hay de tres clases. Los primeros son los que todo el mundo conoce, los que requieren al menos dos personas. Una para guardarlos. Otra para no descubrirlos jamás. Los segundos son más complejos: son los que te guardas para ti. Todos los días, miles de personas callan confesiones a sus confesores sin ser conscientes de que esos secretos nunca admitidos se resumen en las mismas dos palabras: «Tengo miedo».
Y luego está la tercera clase de secreto, el más recóndito. El secreto que nadie conoce. Quizá se supo una vez, pero se fue a la tumba con su portador. O quizá se traté de un misterio inútil, un misterio oscuro y solitario que nadie ha descubierto porque nadie se ha preocupado por él.