Sé que, mientras bajábamos la suntuosa escalera en fila india, yo parecía la misma de siempre, una niña de doce años carilarga y desgarbada. Pero, en mi fuero interno, sabía que me había transformado, conmovida por la revelación de que los seres humanos crean arte, de que ser artista era ver lo que otros no podían ver.
Pese a mi deseo, nada me indicaba que tuviera vocación de artista. Me imaginaba que sentía la llamada y rezaba para que así fuera.