Carole Hooven

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    PUNTO DE PARTIDA

    NOS VAMOS DE CHIMPANCÉS
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    Cuando las células fotorreceptoras de la retina detectan el sol matutino, se transmite la información a la glándula pineal, un órgano diminuto y cónico escondido en lo más hondo del cerebro. La glándula reduce entonces la producción de melatonina, la hormona del sueño, y nos insta precisamente a despertarnos.
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    n día normal con los chimpancés, convivía con ellos y tomaba apuntes sobre sus vidas y actividades en el bosque de Kibale, al oeste de Uganda.
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    Tras andar cerca de una hora, llegaba al pie de uno de los árboles donde dormían los chimpancés, en nidos que habían construido la noche anterior en las copas arbóreas. Quería empaparme de todos los detalles de la transformación radical de la selva. Las caóticas llamadas de las aves y los monos ahogaban poco a poco el zumbido constante de los insectos
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    Pero así como nosotros nos arrastramos hasta el pertinente baño, letrina u hoyo, los chimpancés simplemente asoman el trasero fuera del nido. Aunque no siempre lo conseguía, yo hacía todo lo posible para alejarme lo suficiente y esquivar la orina que se trascolaba por las hojas, pero intentaba estar lo bastante cerca como para recoger un poco. La atrapaba con un palo largo y bifurcado al que ataba una bolsa de plástico en el extremo.
    Así aportaba mi granito de arena al rimero de datos conductuales y fisiológicos que recababan los investigadores del Kibale Chimpanzee Project. Gracias a esa preciosa mina de información, los científicos aprendían sobre los orígenes de todo tipo de comportamientos. A nosotros, sin embargo, nos interesaba especialmente el sexo, la agresividad y el dominio
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    Con una pipeta, extraía con cuidado la orina que podía de la bolsa de plástico y la metía en probetas que luego llevaba de vuelta al centro de investigación para enviarlas a un laboratorio de endocrinología de Harvard. Al cabo de unos minutos de fragor y micción, los chimpancés bajaban por los troncos para empezar el día. Mis ayudantes de campo y yo los seguíamos.
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    LA PALIZA DE UN MALTRATADOR

    Normalmente los chimpancés viven en «comunidades» de unos cincuenta miembros. Cada comunidad es como un pueblo pequeño, con fronteras bien definidas y defendidas y una relación hostil con los pueblos aledaños. Imoso, el macho alfa, era como el alcalde del pueblo Kanyawara, una de las diversas comunidades que habitaban en el gigantesco bosque que colinda con la República Democrática del Cong
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    Cuando Imoso formaba parte del grupillo al que seguía, era un galimatías de gruñidos, gritos y aullidos. No dejaba de amenazar a los demás, los golpeaba, los arrastraba y les arrojaba palos, y se golpeaba continuamente el pecho. Había un método infalible para agitar más las cosas: meter una hembra fértil y en celo. Entonces se disparaba el número de relaciones sexuales y la agresividad, porque los machos competían por el derecho a aparearse con ella.
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    Cuando ya llevaba unos minutos, Imoso cogió un palo largo y empezó a azotar a Outamba en la cabeza y la espalda. Tenkere, que solo tenía tres años y medía apenas medio metro, correteaba alrededor de Imoso y le golpeaba con sus impotentes y pequeñitos puños mientras el coloso seguía apalizando a su madre. Pero las patadas, los puñetazos y los azotes no le parecían suficiente a Imoso, que echó mano a su creatividad y se colgó de una rama para pisotear y dar patadas libremente a la hembra y con más fuerza todavía. Tras una friolera de nueve minutos, todo acabó.
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    Sabía que otros investigadores habían presenciado ataques interminables e incluso letales, pero era algo nuevo para mí. Fue un episodio que me revolvió el estómago, pero como científica también fue apasionante y curioso. Cierto que los machos grandes acosan y linchan sistemáticamente a las hembras adultas, pero hasta entonces había asistido a palizas más breves y llevaderas que esa.
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