—¿Qué clase de niño de cuatro años no ha probado nunca la Coca-Cola? —le reproché mientras hacía aspavientos con los brazos.
—¿Perdona?
—Ya me has oído. —Puse una mano en el hombro de Luna con la esperanza de que no la apartara y no lo hizo—. En serio, ¿qué pasa contigo? No digo que beba Coca-Cola cada día o cada semana, pero… ¿nunca? ¿Por qué? Los refrescos son guais. Son dulces, te hacen cosquillas en la lengua y te alegran el día. ¿Verdad que sí, Luna? —Le di un codazo.
Ella asintió con vehemencia.