José Joaquín Fernández de Lizardi

no es caballero ni lo parecerá jamás el truhán, el libertino, el impío, el fachenda ni el baladrón.

¿No basta ser infractores de la ley? ¿Es menester destruir el dogma, burlarse de los misterios y hacer una descarada irrisión de lo más sagrado a título de bufones, de necios y de libertinos?

¿Qué se dijera de don Catrín Fachenda si en el primer lance público de honor que se le ofrece manifestara cobardía?

Hacer un desafío y admitirlo no prueba el más mínimo valor. Se hacen por venganza, y se admiten por soberbia.

»No consiste el honor en la punta de la espada, si no en lo bien ordenada de las costumbres.

Tremendo me ratificó de nuevo su cariño; los dos juramos sobre nuestras espadas no decir a nadie lo que había pasado; envainamos los sables, nos abrazamos estrechamente, nos besamos en los carrillos y nos fuimos al café muy contentos.

Pero te advierto que tu amistad no la dediques sino a mí, a Precioso, a Tarabilla, a Tronera y a otros semejantes; y de ningún modo a Modesto, a Prudencio, a Constante, a Moderato, ni a otros oficiales hipócritas y monos de que por desgracia abunda nuestro regimiento.

cuanto mayores grados tuviera en el servicio del rey, tantas mayores obligaciones tenía de ser buen caballero y buen cristiano,

Éstas y otras mil cosas me decían, y las contrarias mis amigos. Éstos me repetían que eran simplezas, hipocresías y faramallas.

Vaya, Catrín, tú tienes poco mundo y no conoces el siglo ilustrado en que vives.

Es verdad que algunas malas lenguas dijeron que yo los había matado a pesadumbres; pero fue una calumnia de gente maliciosa, pues yo siempre he sido hombre de bien, como habéis visto y seguiréis viendo en el discurso de mi vida.