aunque mi recuerdo de Elena es el de una persona llena de vida, de gran sensibilidad y sentido del humor, que amaba la risa, el baile y la buena conversación, no puedo dejar de pensar en ciertos preceptos que se nos inculcaron desde tiempos inmemoriales: “La casada, con la pata quebrada y en casa”; la mujer debe obediencia al marido; una madre debe sacrificarse por sus hijos; una mujer no necesita o no debe escribir.