I Acevedo

Las palabras son un espacio que recibirá lo que esperamos poder decir.

que el sexo se convertirá en garantía dentro de esa pequeña sociedad para calmar el dolor de la existencia.

Es más difícil salir del matrimonio que dejar las drogas.

Hace poco, un amigo me dijo algo sabio: para que un matrimonio dure, lo único que importa es sostener la decisión. Ni llevarse bien, ni tener proyectos en común, ni el amor por los hijos. Solo la decisión, que por cierto se toma un día pero vale para todos los que vendrán. Cuando las cosas se ponen difíciles, me dijo, hay que confiar en aquella vez.

O revisarla, pensé yo. Para que la decisión dure, habría que ser idéntica a una misma. ¿Y quién de nosotras puede decir que es la misma que hace dos, diez o cincuenta años? Solamente lo fugitivo permanece y dura.

La paradoja es esta: me opongo al matrimonio con todo mi ser, pero todavía no encontré otra manera de vivir una relación romántica. No sé cómo sacarme el peso de la ley de encima.

Separarse requiere de un esfuerzo tremendo, es la movilización de un mundo. Reimaginar la potencia de una, enfrentarse a la incertidumbre.

drogarse, con sustancias o con pasado, es pedirle a quien no es lo que (ya) no tiene.

Armo amistades con las cenizas del amor, fiestas con las personas que quedan al final de la fiesta, poemas con los retazos de las novelas malas que jamás escribiré

Quizás en el fondo se trata de eso, esa es la verdadera cuestión personal: quienes nunca nos sentimos parte de ese pasado compartido, las que nunca habitamos ese paraíso perdido, las que consumimos la cultura del pasado como algo ajeno a lo que no teníamos permiso, no tenemos nada que extrañar.

el unanimismo es confortante y los adecuados al mundo tienden a expulsar al distinto; la ironía es que ahora lo hacemos en nombre de las disidencias.