Patricia Antón

El tiempo lo devora todo, pero todos los mortales creen que su memoria puede atesorar la inmortalidad.

—¿Has visto ahí una de tus canciones?

—Sí, hay muchas que conozco. ¿Cuál en particular?

—La de Bach.

—Oh, sí, «Bist du bei mir». ¿A que es preciosa?

—La compré después de habértela oído cantar en Rushwater.

Aprendías con ferviente dedicación a «encajar»; aprendías a no llorar en compañía de las demás y a sonreír y declararte contenta,

En aquellos ancianos, el descuido surgía de dentro, de más allá de la apariencia raída de los tirantes que les sujetaban de algún modo los pantalones, de sus braguetas abiertas, de las camisas de franela con los faldones fuera y colgando.

Por tu propio bien» es un argumento convincente que puede acabar por hacer que el género humano acceda a su propia destrucción.

¿O acaso me alojaba como invitada para el fin de semana, por así decirlo, en mi propia mente, y cada vez me perturbaban más sus malévolas manifestaciones?

En cuanto a la gente, ahora sabía que eran autómatas programadas para alcanzar un grado extremo de emoción que no podían comprender, y temían que lo que fuera o quien fuera que las controlaba se cansara de

proporcionarles distracciones y las dejara deteriorarse como juguetes rotos y ellas tuvieran que encontrar dentro de sí mismas una manera de sobreponerse a la desolación en la que vivían.

las enfermeras —que desde tiempo atrás habían tenido que contener cualquier

deseo de «cuidar» y eran ahora guardianas exhaustas y degradadas, y en muchos casos sádicas—,