Esmeralda Berbel

10 de agosto

¿De qué parte de mí no me ocupo cuando me ocupo tanto del otro? ¿De qué parte de mí prescindo cuando controlo al otro?

A mí me gusta escribir en la cocina, en el fondo de mi casa, en el bar. Nunca he tenido una habitación propia. Por suerte.

Dar vida es nuestra ventaja.

Ahora entras en esta habitación que es la nuestra, nos sentamos en la cama y me cuentas cómo ha ido el final del rodaje. Lo cansado que estás, lo feliz que estás. Te pregunto si todo este tiempo me has estado ocultando algo. Sí. No quieres que lo nombre. Ya pasó, dices.

Bienvenido sea todo. Bienvenido sea todo si sirve para encontrar una mirada nueva. Dice Krisnamurti que en la convivencia uno inventa al otro y vive esa ficción

Por la noche me confiesas algo, algo que te duele. Dices que compito contigo. Con tu profesión. ¿Es cierto? Sí, confieso que compito con todo aquello que me resta horas de ti, con todo aquello que se suma a la ausencia. Compito también con todo lo que te aleja. No estoy cerca, es cierto. ¿Por qué? Porque yo tampoco estoy.

Vamos a cambiar eso, dices.

Lo repetido. Las ascuas. La lenta lluvia. Este amor. ¿Cómo entrar en su cualidad intrínseca de alcanzable?

Nos encontramos en un café de mi barrio. Tienes prisa. Tengo sólo quince minutos, dices. Te escucho. No me gusta lo que nombras. Perdemos los dos, te digo. Reparemos. No puedo, dices. Estoy bien solo. Te lo diré una vez, sólo una vez. No, repites. Y recuerdo la frase de una alumna adolescente: cómo una palabra tan grande sólo tiene dos letras

Bailé, bailé mucho. Todos bailamos mucho. Mi hija alegre de verme alegre. Pensó que estaba borracha. Hace tanto que no me ve reír.

Despierto al lado de un amigo. Gracias por el regalo. Tú eres el regalo, dice. Me acompaña hasta la puerta. Te llamaré más tarde, oigo al cerrar la puerta. Entro en casa, me ducho y me quedo dormida hasta la noche. Al despertar borro parte de los mensajes que me envías. Todos los abrazos. Todo lo que me confirma la separación. Vienes un momento a felicitarme. Preguntas cómo fue la fiesta. Dices que ya has encontrado un piso para vivir, un piso pequeño pero muy bonito. Se te humedecen los ojos. ¿Me echas de menos? A veces, dices. Yo, te digo, todo el tiempo.

Cuando te vas empiezo a llorar. Lloro un rato y me lavo la cara. Preparo la cena. Mi hija me dice que está incómoda conmigo, que no sabe qué puede decir y qué no. Le digo que hable con naturalidad, que no se preocupe.

Es la mirada del hombre lo que más necesito? ¿Es sólo de un hombre? Creo que no. Es la mirada. Un ojo que sepa dónde estoy, cuándo vuelvo, cómo me van las cosas.

Tú y yo ya nos hemos soltado las manos. Ya no estás. No vendrás. No discutiremos. No te pediré hablar ni tú tendrás que decir que siempre estamos hablando de nosotros. No te despertaré tres veces. No te sentiré. No me verás dormir. No haremos el amor. No subirás el pan. No te irás. No oleré el alcohol. No tendré ningún tipo de sospechas. No te ordenaré las cosas. No tendré mensajes ni cartas. No se amontonarán los periódicos ni los mecheros. No te esperaré. No seré feliz cuando cambies. No me derrumbaré más cuando no lo hagas.

No tendré más recuerdos contigo, sólo los de atrás. Los que vienen todo el tiempo. Todo el tiempo. No te contaré mis pesadillas. No me besarás. No te oiré dormir.

Preguntas si deseo tomar un café contigo. No respondo al mensaje. No lo deseo. Pero al día siguiente te digo que sí, que al menos eso merecemos, un café. Después de verte me quedo más triste. Estás mal, estoy mal, pero esto es lo que quieres. No te quiero como pareja, repites. Es mejor así. Ahora no, dices, pero después estaremos bien. Yo te echo de menos, ¿y tú? A veces, dices, a ratos.