a los cuarenta te das cuenta de que tu jefe, cuyo único mérito es haber nacido un cuarto de siglo antes que tú, te pisotea descaradamente por el miedo a que le hagas sombra, odia los dos másteres y los tres idiomas que acumulas más que él, y te sugiere amablemente que te vayas a gozar el aire caliente de la puta calle sin más motivo que la envidia