Virgilio

y en el rostro

simula el resplandor de la esperanza

en medio de los males que lo turban,

mientras hondo dolor le oprime el pecho;

Tales cosas decía, pero la espada, empujada con todas las fuerzas, atravesó las costillas y traspasó su pecho. Envuelve la muerte a Euríalo y la sangre corre por sus bellos miembros, y su cabeza, desmayándose, se inclinó sobre sus hombros, como una flor cuando, cortada por el arado, languidece al morir, o las adormideras, con el tallo agotado, cuando las lluvias les descargan su peso, doblan su cabeza.

Ahora cedo y abandono estos combates que detesto. Pero aquello que no está sujeto a las leyes del destino, yo te lo pido por el Lacio, por la majestad de tus descendientes: cuando ya ajusten la paz con la feliz unión matrimonial (sea, lo apruebo), cuando se establezcan las leyes y la alianza, te ruego que ordenes que los latinos no cambien su antiguo nombre y no se llamen troyanos ni teucros o que cambien su lenguaje o su modo de vestir. Que exista el Lacio, que haya siempre reyes albanos, que haya una raza romana poderosa por sus virtudes italianas; Troya pereció y permite haya perecido con su nombre.»

­bre.»
El creador de los hombres y de las cosas le respondió sonriente: «Eres la segunda hija de Saturno y la hermana de Júpiter, agitas en tu corazón grandes impulsos de cólera. Pero, ¡ea! reprime ese tu furor vanamente concebido: te concedo lo que deseas, y, vencido, accedo a ello gustoso. Los ausonios conservarán la lengua patria y sus costumbres y su nombre permanecerá tal como es; tan solo permanecerán los teucros en su unión corporal, y yo estableceré las costumbres y ritos sagrados y haré que todos los latinos posean una sola lengua. La raza que de aquí surgirá, mezclada con sangre ausonia, tú la verás sobresalir entre los hombres y elevarse hasta los dioses por su piedad, y no habrá nación alguna que como ella te ofrezca mayores homenajes en tus altares.» Juno asintió a esto y el gozo le cambió su corazón. Mientras, deja la nube y se remonta al cielo.

Delante del mismo vestíbulo, en los primeros desfiladeros del Orco, el Duelo y los Remordimientos pusieron sus guaridas; allí habitan las pálidas Enfermedades, la triste Vejez, el Miedo, la mala consejera el Hambre, la vergonzosa Pobreza, la Muerte y el Sufrimiento, apariciones todas terribles; además, el Sueño, hermano de la Muerte, y los Goces culpables del alma;

Delante del mismo vestíbulo, en los primeros desfiladeros del Orco, el Duelo y los Remordimientos pusieron sus guaridas; allí habitan las pálidas Enfermedades, la triste Vejez, el Miedo, la mala consejera el Hambre, la vergonzosa Pobreza, la Muerte y el Sufrimiento, apariciones todas terribles; además, el Sueño, hermano de la Muerte, y los Goces culpables del alma;

Eneas, admirado y conmovido por este tumulto, dijo: «Dime, ¡oh virgen!, ¿qué significa esa carrera hacia el río?, ¿o qué desean esas almas?, ¿o por qué diferencia estas se apartan de la orilla y aquellas son transportadas por los remos que barren estas aguas lívidas?» Así brevemente le respondió la longeva sacerdotisa: «Hijo de Anquises, prole indiscutible de los dioses, tú ves las profundas aguas estancadas del Cócito y la laguna Estigia, cuyo poder temen los dioses invocar con un falso juramento. Toda esta multitud que ves está desprovista de recursos y privada de sepultura; aquel barquero es Caronte; esos que llevan las aguas han sido sepultados. No se concede a los muertos el poder atravesar estas horrendas riberas y estas roncas aguas antes que sus huesos hayan reposado en una tumba.