Hubo un tiempo en que era difícil encontrar a la gente que desaparecía. De ello no hace tanto, mucha gente viva recuerda lo que suponía perderle la pista a alguien de verdad, esperar con expectación la llegada de la siguiente edición de la guía telefónica al portal de casa, donde dejaban los tres volúmenes apilados, A-M y N-Ö más las Páginas Amarillas; entrar en casa sosteniendo en brazos el paquete envuelto en plástico que pesaba seis o siete kilos, sentarse en el suelo del recibidor y desplazar el dedo índice por una página en busca del nombre de alguien a quien habías perdido de vista para ver si tal vez, ese año, figuraba en la guía.