En cualquier caso, no hubieran sabido lo que era estar loca, pues muchas de las mujeres del manicomio no estaban más locas que la reina de Inglaterra. Muchas estaban muy cuerdas cuando no bebían, pues la locura les venía de la botella, una clase de locura que yo conocía muy bien. Una de ellas estaba allí para huir de su marido, que la dejaba llena de morados de las palizas que le daba; el loco era él, pero nadie lo encerraba; otra decía que se volvía loca en otoño porque no tenía casa y en el manicomio se estaba calentito y, si no se las hubiera arreglado para volverse loca, se habría muerto congelada. Pero en primavera, cuando hacía buen tiempo, recuperaba la cordura y entonces se podía ir a pasear por el bosque y a pescar, porque como era medio piel roja todo eso se le daba muy bien. A mí me gustaría hacerlo, pero no sé, y además me dan miedo los osos.