Me detuve frente a la puerta que rezaba «Lewis Griffin, In estigaciones» (la uve había huido hacía uno o dos años; la mayoría de los días, la envidiaba) y saqué la llave. Había un montón de notas pegadas en la puerta (tenía un acuerdo informal con la panadería para que me cogieran los recados). Las arranqué, giré la llave y entré.