Y si se muestra digna de un huésped tan importante (tal es la ilimitada clemencia de él), con un vestido dorado, como si fuera un traje nupcial, y envuelta por la múltiple variedad de las ciencias, acogerá al magnífico huésped, no ya como a un huésped, sino como a un esposo; y para no separarse nunca de él, deseará separarse de su pueblo y, olvidándose de la casa de su padre e incluso de sí misma, deseará morir en sí misma para vivir en el esposo, a cuyos ojos es preciosa, sin duda, la muerte de sus santos, y digo “muerte” si debe ser llamada muerte la plenitud de la vida, una preparación a la cual los sabios afirmaron ser el ejercicio de la filosofía.