Dedico este libro a los buenos profesores de literatura. Si son capaces de prolongar la afición por leer cumplida la servidumbre del calendario escolar, habrán obrado el milagro de convertir a unos oyentes pasivos en unos ciudadanos activos. Yo tuve varios profesores así, y gracias a ellos el verano fue siempre mejor y las tardes del resto del año un poco menos tristes.