Cuando Shiraha, al que yo consideraba prácticamente un acosador sexual, utilizó la palabra «violar» para describir su sufrimiento sin tener en cuenta a las compañeras y clientas a las que había acosado, me di cuenta de que se sentía como una víctima y era incapaz de plantearse que quizá el agresor fuera él. Resultaba evidente que su pasatiempo favorito era compadecerse de sí mismo.