Para su ojo atento, el pie de una persona era tan expresivo como su rostro. Este era la perfección absoluta. Los dedos exquisitamente esculpidos, las uñas como las iridiscentes conchas dispersas en la orilla de Enoshima, un talón redondeado como una perla y una piel tan lustrosa como bañada por las límpidas aguas de un arroyo primaveral de la montaña