Brittainy C. Cherry

—No pasa nada —prometió, en voz baja—. Tengo amor de sobra para los dos.

Es horrible. Así que ahora mismo, Lizzie… Si no quieres que te ame, dímelo y me detendré. Me iré y dejaré de amarte. Apártame, si quieres. Físicamente, quiero decir. O dime que me vaya, y lo haré. Pero si hay una pequeña parte de ti a quien le guste esa idea, un fragmento de tu ser al que no le importe que me enamore de ti accidentalmente, entonces acércate más a mí. Llévame a tu casa, a tu cama, y deja que te demuestre cuánto me estoy enamorando de ti. Déjame que le enseñe a cada centímetro de tu cuerpo lo loco que estoy por ti.

«Un alma gemela no se va del mundo sola; siempre se lleva un pedazo de su media naranja con ella». Tenía razón, y lo odiaba.

A veces los pequeños detalles son mucho peores que los otros. Puedo soportar acordarme de su cumpleaños o del día en que murió, pero la manera en que cuidaba del jardín, o que solo leía la tira cómica del periódico, o que solamente

con el corazón roto, había algo reconfortante en el hecho de leer un libro lleno de amor. Las páginas me recordaban que quizá algún día volvería a estar bien. Quizá algún día todo sería normal.

Me desnudaba y le hacía el amor a su pasado.

La penetraba y le hacía el amor a mis fantasmas.

No estaba bien, pero tenía sentido, en cierto modo.

Su alma estaba herida, y la mía consumida.

Cuando estábamos juntos, dolía menos. Cuando estábamos juntos, no era tan difícil aceptar el pasado. Cuando estábamos juntos, nunca me sentí solo, ni un segundo.

Está bien, mamá —prometió—. Todo irá bien.

Pero se equivocaba.

No estaba bien.

Y no estaba segura de volver a estarlo jamás.

Crees en la bondad incluso aunque tu corazón esté roto. Y yo no puedo recordar cómo es, ni cómo son las cosas buenas.

—Eres una chica muy, muy sucia.