Elena García

Acabo de descubrir que lo último que quiero en este mundo es perderlo.

—Te recuerdo que no puedo hacer esfuerzos. Estoy en clara desventaja.

—Pues ríndete de una vez.

—Pero si ni siquiera estoy peleando —protesto.

—No hablo de peleas. Ríndete a mis encantos.

—Su cabeza ahora mismo no está donde debería. Tiene demasiados problemas que solucionar. No es momento de añadirle uno más, y menos de esta envergadura.

—En verga dura… —repite Nerea a la vez que ríe—. Todo vino por eso, por una verga dura.

—Me está matando que pienses mal de mí y, aunque te parezca una exageración, te juro que me está robando el sueño. —Se levanta para sentarse a mi lado y cuando toma mi mano retengo la respiración—. Si tuviese decisión te elegiría a ti, Valeria —sonríe, apenado—. Has sido la única persona que ha logrado hacerme comprender todo aquello de lo que hablamos. —Sus ojos brillan—. Cuando estuvimos juntos noté esa conexión especial que me explicaste. No solo la física. —Acaricia mi mentón y al ver que bajo la mirada tira de él para buscar de nuevo mis ojos—. Tengo esa intensa necesidad de hablar con alguien por el simple hecho de pasar tiempo con ella.

Ojalá yo fuese la mitad de valiente que tú.

—Piensa… Piensa en esas familias, en los niños… —Bajo la mirada para ocultarle mi pena. Ya no sé qué más decirle para que se sienta mejor.

—Ahora mismo solo puedo pensar en el mío.

Hoy estuve con uno de los encargados y representante de los trabajadores que tenemos en las fábricas. Este mes ni siquiera le hemos podido pagar, ni a él ni a ninguno, y lo único que hacía era darme ánimos y transmitirme el calor de los demás. —Se pone de pie—. Darme ánimos a mí cuando sé que su mujer, que también trabajó para nosotros, lleva dos años postrada en una cama por culpa de la esclerosis y todos sabemos cuál será su final. ¿Cómo voy a dejarlos en la calle, Valeria? —me dice como si necesitase disculparse por no poder estar conmigo. Cubre su cara—. Debo hacer lo que sea para evitarlo.

—Te recuerdo que todavía soy un hombre libre —bromea.

—Y yo una mujer embarazada.

—Sí. De mí. —Tira de mi brazo para acercarme a él y cuando mi barriga queda pegada a su cuerpo, susurra—: Y creo que empieza a gustarme.

¿Te han dicho alguna vez que tienes la sonrisa más bonita del mundo? —Acaricia mi rostro y lo hace con tanta ternura que me quedo mirándolo embobada—. Y me muero por volver a besarla.

Estoy completa y locamente enamorada del hombre más increíble del mundo y, aunque él me corresponde, no podemos estar juntos. ¿Se puede tener más mala suerte?