Mavis Gallant

Bob sostenía que Cara de Luna era idiota, y Flor, a falta de opinión propia, estaba de acuerdo. Sin embargo, ¿acaso era ella superior? Habría dado cualquier cosa por ser una triunfadora, por formar parte de esa gente apabullante y criticona

Le explicaba a Flor que siempre se despertaba bastante optimista, pero que la tarde era un desierto y no podía atravesarlo sola

Parecía una modelo de piel pálida y rosada sacada de la portada de una revista de moda, una elegante y dulce figurita de porcelana que sugería que bastaba con ser deseable, que el sueño del amor es preferible al amor de la vida real.

La estación, más que concluida, parecía desgastada, como un amor sobre el que se ha hablado demasiado, o un deseo pospuesto.

Si tú eres tan mala con tu madre como ella dice que eres es porque te estás vengando de ella. Pero ten presente, Florence, que tu madre podría darse la vuelta y decir “Sí, pero mira a mis padres”, y ellos podrían hacer y decir lo mismo. Comprenderás, pues, lo inútil que resulta repartir culpas. Creo que mi marido se está vengando de mí, aunque no sé por qué. Todos nos vengamos de alguien, y todos pagamos por los problemas ajenos.

Tenía una confianza ingenua en que su pasado, una vez amputado, no sobreviviría por su cuenta.

Quien carece de un país emocional puede considerar a otra persona su casa. Apretó su cara contra el brazo inmóvil del hombre, aceptando todas sus imperfecciones, como quien acepta un país defectuoso pero amado, o la lengua en la que elabora sus pensamientos. Ese «solo tú puedes salvarme» era una idea verdaderamente peligrosa, pero su necesidad de creerla le resultaba tan abrumadora que se preguntó si eso sería lo que habían intentado decirle otros hombres, en su día, cuando le habían hablado de amor.

Cuando permitía a su mente vagar sin restricciones por el mundo de las mujeres, descubría una zona con una iluminación tenue, un tanto asquerosa, como la cocina de un tugurio. Era un mundo de jaquecas, abortos, trastornos y lágrimas.

Ese era el principio de la conversación que habían tenido en la Croisette, muestra del desgaste de su amistad. Estaba raída, apenas le quedaban unos hilillos; ya no se toleraban y no tenían nada nuevo que ofrecerse

Cada uno era la parte que le faltaba a la personalidad del otro, y juntos, fundidos en el beso, serían perfectos.