Baste, pues, con decir que no solo llegué a comprender que mi cuerpo material no era más que el aura y refulgencia de ciertas potencias que componían mi espíritu, sino que conseguí elaborar una droga por medio de la cual estas potencias podían ser destronadas de su supremacía, y ser sustituidas por una segunda forma y compostura, no menos naturales en mí, ya que eran expresión y reflejo de los aspectos más viles de mi alma