En la dinastía china Han (206 a. de C.-220 d. de C.), o en la India hace 1.500 años, o en el siglo XIII en Japón, cuando la vagina se presentaba como el lugar más sagrado en el templo más sagrado en un universo sagrado, así era como el cerebro de las mujeres experimentaba la vagina. Cuando la cultura consideraba la vagina como el patio del diablo y la puerta de entrada al infierno, como ocurría en la Europa medieval durante la caza de brujas, las mujeres en esa sociedad sentían que su entorno se construía alrededor de un núcleo de vergüenza existencial. Si, como sucedía en la Inglaterra isabelina, la cultura representa la vagina como un agujero, la mujer en esa sociedad se sentirá en medio del vacío o la inutilidad. Cuando la cultura de la mujer, y es lo que pasó en Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos después de Freud, presenta la respuesta vaginal como prueba de la feminidad, es probable que la mujer se sienta a sí misma insuficientemente femenina. Cuando la cultura de la mujer, como ocurre hoy en día en Occidente con las típicas mujeres de revista, sexuales y atléticas, considera que la vagina ideal es la productora de orgasmos múltiples a demanda, la mujer sentirá que siempre tiene que pasar un examen, y un examen imposible. Cuando la cultura de masas representa cualquier vagina como un orificio más entre 10 millones de orificios disponibles, como sucede en la industria pornográfica actual, la mujer sentirá que su yo sexual es sustituible, que no es importante y que no tiene nada de sagrado