La atención se dirige siempre a lo más débil, a las formas productivas que guardan la mayor densidad de experiencia. Así, por ejemplo, se ha producido en nuestros tiempos una contradicción nueva entre una tradición cultural logocéntrica, iconoclasta, reductora de todo significado a significado lingüístico, y una explosión cultural de imágenes en las que los nuevos sujetos contribuyen continuamente a una redistribución de lo sensible y las sensibilidades. No es la imagen ni las múltiples formas híbridas una forma de lenguaje que haya de ser progresivamente reducida y domesticada. En el nuevo giro visual que muchos humanistas están tomando la palabra puede que no sea ya sino el pie de foto de la imagen (F. Rodríguez de la Flor). El humanismo debe atender con cuidado a estas formas de iconoclasia o logoclasia y levantar un proyecto crítico en ayude a entretejer las mallas de la cultura.