Y se le rompió el corazón, ese órgano que se siente, si ya no latir en el cuerpo insensible, sí latir en el alma. Pero ya ni siquiera podía entregarse al llanto abierto que lo tentaba. No había aire para eso. Sólo había humedad para las lágrimas, que fluían con libertad y sin vergüenza y que, en su imaginación, regaban el naranjo y se mezclaban con la sangre que sabía que estaba entregando a su tierra, vaciándose, aun sin sentirlo.