Tomó una decisión, como debe hacerlo un condotiero. Sus mercenarios, o aquellos que todavía estuvieran vivos, pelearían como hombres si les ordenaba hacerlo, pero lo que vio frente a él era un matadero de pollos en lugar de una batalla. La derrota lo miraba cara a cara, pero en el mundo de los mercenarios se puede sobrevivir a una derrota, mientras que a una masacre no. Además, pelear hasta la última gota de sangre era la impronta no de un soldado, sino de un necio.