Eres de una especie que yo no conocía: se te traslucen cachorros
jugando en lugares amenos con su ternura feroz, el encenderse del rosa
rojo de la mejilla de niños recuperados por sus padres
en un abrazo que los libra o casi del mundo
y del peligro ocasional que desencadena ese abrazo
semejante a un transporte místico, pero cuando se apretuja la carne
con la carne y la sangre, un momento antes congelada, hierve
exhala su olor de maravilla mortal, fresco, como cuajado
sobre la hierba, en el origen del día.