Verónica Volkow

Escribir es atravesar la noche, vivirla, al igual que la llama temblando con el gran frío. Y no pasa nada, no, si me sumerjo bajo la sombra, y suelto. Podré nacer de otra forma, en otro sitio, en otro instante

Quizá la escritura es como coser heridas, ajustarse cicatrices inventadas frente a los boquetes de sombra que nos comen. Queda la tenue línea de tinta en el abismo, y con ella nos guiamos, nos tejemos ansiosamente, nos sustentamos y comprobamos que sí existimos. Hay una cuerda de luz contra la sombra

Para escribir hay que irlo desenterrando, exhumarlo a veces

Hay un juego entre el olvido y el recordar en la escritura que entraña el placer de reencontrar lo perdido. Las palabras son, de hecho, lo único que se puede recordar, quizá recuperar precisamente

Escribir no es como agarrar, agarrar es perderse en lo otro, dejar de ser uno, enajenarse al prenderse de lo externo

A los muertos también los habitamos con nuestra alma, o quizá los muertos nos habitan. Los muertos son casi nuestra alma. Están tan vivos dentro, son mucho más que un recuerdo, son presencias, intactos siguen hablando y preguntándonos. Quizás ellos se siguen dentro escribiendo y pensando, por medio de nosotros.

Un mundo coherente, iluminado, cohesionado es el que me regala el lenguaje, un mundo entre sí unido. Si todo, como dijo algún poeta, está buscando todo, el mundo aspira al verbo.

Un regalo para poder llamar y amar fueron los nombres

Ahora eres ya sólo un montoncito de palabras, “Bricoleur”. Es en las acrobacias del humor donde te encuentras, en los espacios de la pura ficción. ¿Cómo darle a los verbos nombres, adjetivos, esa tu gracia impredecible, tus procederes volátiles? ¿Cómo soplarle a estas letras para que aprendan tu libertad de peregrino de mil puertas? Quizá dejando que sean, como tú… puras palabras