no se trata de un acoso perpetrado por un individuo, sino un asedio múltiple y cotidiano en el espacio público. Esta problemática, ya de por sí densa, se agrava por el puritanismo de quienes consideran que los requerimientos e insinuaciones sexuales degradan “la dignidad de la mujer”, igual que antes se pensaba que las malas palabras o groserías eran un “atentado al pudor”.