El jardín debiera haber sido como el de las antiguas casas del barrio, con buganvilias, cardenales, rosales y muchos más frutales, pero no, ni siquiera era un abandonado jardín, era, simplemente, un no jardín, desajustado territorialmente y algo triste, lleno de maleza que, de algún modo, era recuperado como un espacio de campo válido por la flora tradicional, precordillerana, que emergía en su suelo.