Ese cuarto nos daba miedo. Está en el fondo de la huerta. Del techo de pronto sale un sonido agudísimo, parecido a una sostenida nota musical. Mi tío Tacho nos decía que era la voz de Camila, una soprano italiana que, según él, vivió aquí, en la casa, hace más de un siglo y que, decepcionada por una pena de amor, se encerró a piedra y lodo en ese cuarto, sin comer, sin beber, sin dormir, solo cantando de día y de noche: “Cuore, cuore ingratoooo...”, hasta que se consumió. Decía que nunca encontraron el cadáver, que solo hallaron el vestido, las joyas y la peineta, que, seguramente, sus cenizas habían volado y se habían alojado en las ranuras de los tabiques del techo, desde donde, tristemente, seguía entonando su canción desgarradora.