Tricia Levenseller

Suena como una excusa para tocarme.
Sonríe y se inclina hacia adelante para que su boca esté en mi oído.
—No veo que me detengas.
—Si lo hiciera, no podría hacer esto.
Sus ojos se disparan alarmados

Eres confusa, y eso me está confundiendo.
—¿Y cómo va a ser eso culpa mía? Estoy segura de que tu cabeza estaba bastante desordenada antes de que yo llegara.
Puedo sentir el aliento de Riden en mi cara. Está tan cerca y tan enfadado que casi me dan ganas de reír.
—No, no lo estaba —insiste.
Luego me besa.

Me está haciendo actuar como una tonta moza de taberna. No puedo hacer esto. Tengo que robar

Un poco de diversión conmigo —aclara, apretando la mandíbula—. No más noches con Leandros.

Levanto una ceja.

—Estoy intentando comprometerme. Estoy pasando tiempo con vos, y no podemos dejar que el consejo descubra que estáis compartiendo vuestro favor con más de un hombre.

—¿Por qué, lady Alessandra, cuanto más os conozco, más me gustáis?

Los demás también morirán, pero no es buena idea cuando estoy en inferioridad numérica y los necesitamos para escoltarnos de vuelta.

No puedo creer cuánto deseo que me toque. Quiero arrancar esos condenados guantes y quemarlos en el fuego y enterrar las cenizas en un agujero más profundo que el que cavé para Hektor.

Quiero saber cómo son sus labios. Quiero saber qué tipo de besador es. Qué tipo de amante es. ¿Un egoísta y mimado miembro de la realeza? ¿O un hombre deseoso de dar placer tanto como de recibirlo?

Claramente, ¡no tenéis la menor idea de cuánto tiempo le lleva a una dama estar lista! —le grito.

La cuestión, padre, es que sé lo que me hago. Y seguiré haciendo cuanto deseo, porque yo soy mi propia ama.

Los demonios han desperdiciado belleza con este hombre.