OyD Ediciones

Las fotos ya han sido prohibidas a través de los altoparlantes del avión (aunque todos hicimos caso omiso de la prohibición, un poco para sentirnos mordaces fotoperiodistas dispuestos a mostrar la realidad; otro poco por una pueril rabieta de negarnos a que otros nos den órdenes en nuestro país).

slas.

El vuelo supuestamente dura una hora y media. Yo había planeado mantenerme despierto (había dormido solo tres horas) para ver la forma exacta de las islas desde el cielo. A los cuarenta minutos,

—Marcelo Kohen. Con «K», no con «C». Ese es el bueno, el escritor. —Parece que él también le asigna un valor especial a esa palabra.

nuestro vuelo se le sumó el otro avión que llega semanalmente a las islas: es uno que viene directamente desde Londres, con escala intermedia en la isla Ascensión, en

quiénes se tomarán otro avión (en este caso, de diez plazas) para ir a cualquier

embargo, ¿cómo me resisto a describir ese brillo, esa emoción en los rostros de todos los que llegaban finalmente a las islas, a suelo malvinense no aeroportuario? Tal vez estoy proyectando en otros, pero si a mí me genera cierta emoción, que tengo una vinculación remota con la «causa Malvinas», no quiero imaginar lo que deben sentir los que ya han venido a estas tierras disfr

aeropuerto improvisado dentro de la base militar

precisas (no hay datos disponibles sobre la base; solo existen «rumores»), aunque parece grande, como un pequeño pobla

cualquier parte de la isla: desolación, campos interminables y ondulados de pastos amarillos, sin árboles, sin plantaciones, sin interrupción, sin nada excepto una cinta asfáltica prolija y perfecta, que luego sabremos que se construyó después de 1982, como casi toda la infraestructura de las islas que va más allá de Port Stanley.

reencuentro con la tierra prometida. E