Ramiro Calle

Para el yoga, el ser humano es una entidad que puede evolucionar de instante en instante, si se lo propone y si recurre a los medios necesarios para ello. Ése es el mayor sentido y el más noble propósito de la existencia, porque al tratar de mejorarnos a nosotros mismos estamos haciendo una gran contribución también a toda la humanidad, porque en última instancia la conciencia es patrimonio de la humanidad y será bienvenido todo esfuerzo diligente que podamos hacer para humanizarla en profundidad y hacerla más cuerda, sabia y armónica. El verdadero yogui trabaja sobre sí mismo pero con una motivación altruista, pues del mismo modo que la candela no sólo se procura luz a sí misma sino también a su alrededor, la persona que evoluciona coopera en la evolución de los demás.

Hay una técnica de autoconocimiento en el gnana-yoga que se llama vichara, término que puede traducirse como autoindagación o averiguración de sí, y se centra en tratar de responder –no en forma intelectual, sino vivencialmente– a la pregunta: ¿quién soy yo?

Hay que actuar, pero también saber dejar de hacerlo: conectar y desconectar, hacer y saber parar. De otra manera, uno se aliena y agita, y finalmente ni siquiera la acción prevista puede ser hecha con conciencia y destreza. Porque la conciencia se embota, y entonces la acción ya no es una herramienta yóguica para el crecimiento, sino una adormidera psíquica y una fuente de agotamiento y enajenación