Ester Hernández Palacios

Con la poesía de Enriqueta Ochoa ha sucedido un extraño fenómeno de canonización y omisión en torno a una escritora viva y también en los talleres literarios que dirige, formadora en activo de generaciones poéticas. Muchas podrían ser las razones de esta especie de celebridad establecida en contraste con la poca circulación en general de su obra. 13

su obra no fue incluida en ninguna de las principales antologías poéticas publicadas a partir de 1960. Ni Poesía Mexicana 1950-1960 de Max Aub ni Poesía en movimiento de Octavio Paz ni Poesía mexicana 1915-1979 de Carlos Monsiváis ni Ómnibus de poesía mexicana de Gabriel Zaid dieron cuenta de su existencia.

punta Aralia López González en relación con su figura es evidente, se le reconoce su excelencia poética, pero se le lee poco y se le dedican pocos estudios. ¿Porque en una primera lectura de sus versos se percibe un tono anacrónico que disgusta a los oídos postmodernos? ¿O porque apenas estamos comprendiendo su obra a cabalidad, precisamente en este siglo?

apunta Aralia López González en relación con su figura es evidente, se le reconoce su excelencia poética, pero se le lee poco y se le dedican pocos estudios. ¿Porque en una primera lectura de sus versos se percibe un tono anacrónico que disgusta a los oídos postmodernos? ¿O porque apenas estamos comprendiendo su obra a cabalidad, precisamente en este siglo?

La poética de la autenticidad

En el ámbito nacional es contemporánea de Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Dolores Castro y Rosario Castellanos

Enriqueta se instala en el canto con absoluta armonía. El hallazgo del ritmo es para ella un camino absoluto. 32

“Las vírgenes terrestres”: de los 124 versos que componen el poema, 36 son heptasílabos y 12 ale

andrinos, si consideramos que estos se dividen en dos hemistiquios de siete sílabas, tendremos como resultado un total de 60 versos heptasílabos, a los que podemos sumar 27 versos endecasílabos. De estos versos, la mayoría tiene el acento en sílaba par o yámbico.

Sin música, la poesía no es poesía, aquello que Borges llamaba cadencia, la colocación de los acentos. 35

El deshollinador
En mi centro, amanecía Dios

con su diamante de agua ensimismada,

derramándola allí donde la yerba azul del verbo,